"Sólo por la forma, la norma
Pueden la música o las palabras lograr
La quietud, como un jarrón chino
En su quietud se mueve perpetuamente".
T. S. Eliot
Debemos volver, gustosamente, sobre el cine de género, ese territorio apátrida y transfronterizo pero plenamente consciente de su identidad y sus lenguajes. Hoy, cuando parece ya insalvable el abismo que separa las formas no reconciliadas del cine-entretenimiento y el cine-arte, es más necesario que nunca que el género (se) piense como uno de los caminos posibles para derogar el apartheid intelectual que recluye a la imagen-pensamiento en museos e internet (bienvenidos sean estos nuevos cauces pero no nos conformemos sólo con ellos). Godard dijo que el cine debe abandonar los lugares en los que está para dirigirse a aquellos en los que no está y ahora, aunque suene paradójico, debe reconquistar la sala de cine (como espacio, no como rito). Parece indudable que el vibrante nuevo primitivismo del cine-arte, con su sencillez conceptual de difusos contornos narrativos, su hibridación con otras artes o su búsqueda instintiva de libertad, se ha mostrado incapaz de atraer a un espectador contaminado por viejas (y venerables) tradiciones fílmicas al que se ha convencido de que toda información es documento y toda narración, ficción. Incapaz, en primer lugar, porque no ha podido encontrar una pantalla (de cine) pero también porque no ha logrado mantener la mirada de ese espectador ajeno por completo, salvo por unos cuantos títulos, a la historia y evolución de las formas cinematográficas. ¿Puede el género, cierto cine de género, convertirse en ese “país suplementario” (Daney) en el que podamos encontrarnos unos y otros? ¿Pueden Johnnie To, David Cronenberg, Michael Mann, Arnaud Desplechin, Clint Eastwood, M. Night Shyamalan o Kiyoshi Kurosawa ofrecer ese primer lugar, exigente pero accesible, en el que un nuevo espectador encuentre solaz y reflexión por igual y a partir del cual pueda adentrarse en las sucesivas estancias de la institución cine?
El díptico maestro de Johnnie To sobre el submundo de las tríadas de Hong Kong —Election (2005) y Election 2 (2006) — se sitúa de lleno en la dinámica esbozada por estas preguntas. El género nunca ha dejado de reinventarse a sí mismo pero, más allá de acercamientos crepusculares o simplemente nostálgicos, Johnnie To se encuentra inmerso en un deslumbrante proceso de regeneración en el que el género ya no sería tanto un recipiente mítico de temas y arquetipos como un dispensador de códigos con los que poner en forma una nueva realidad (1). “Lo que vive del tema, muere con él. Lo que vive en el lenguaje, vive con él” escribió Karl Kraus y, como siguiendo sus palabras, el género ya no vive hoy en sus temas sino en sus formas por lo que la postura política del cineasta ha abandonado —si es que alguna vez estuvo allí— el plano de la historia y todo mensaje para instalarse definitivamente en su discurso, en su propia materia fílmica. En este sentido, el To de las Election se mueve en coordenadas similares al Cronenberg de Una historia de Violencia (2005) al no juzgar jamás a unos personajes cubiertos por un halo de trágica predestinación: al ser mostradas asépticamente, cuanto más cruentas y despiadadas son sus acciones, más morales se vuelven. La violencia se aleja así de la simulación estetizada de un John Woo o del exploitation tarantiniano al presentar las acciones y sus efectos con la suficiente distancia moral y la necesaria (y explícita) cercanía formal. Este puede ser el motivo de que se haya acusado a To, y en menor medida a Cronenberg, de ciertas indefinición y atracción hacia los sujetos violentos que retratan. Muy al contrario, To desmitifica valientemente las tríadas y su universo autónomo —y anacrónico, aunque estos gánsters del siglo XXI se hagan ricos pirateando DVD— y lo hace manteniendo la misma distancia crítica con la que cuestionó a la Police Tactical Unit de Hong Kong en la fascinante PTU (2003), el más claro referente de las Election por su negrura formal y moral.
Como consecuencia de esta traslación del eje moral, los códigos genéricos se convierten en una especie de sutra o decálogo que no hay tanto que cumplir como cuestionar, subvertir, extremar. Al fin y al cabo el género ya es en sí mismo una liturgia y, como en todas las ceremonias, es la repetición ritual la que a través de sutiles variaciones rítmicas y armónicas conduce a la revelación (lo que podría explicar, además, la atención entre fascinada e irónica de Johnnie To por los rituales secretos de las tríadas en los que encontraría un reflejo de los rituales genéricos). “Sólo por la forma, la norma”, decía T. S. Eliot, es posible alcanzar la quietud y aunque el thriller pudiera parecer, en principio, un terreno poco propicio para ello en los últimos años varias películas han apuntado en esa dirección: las Election o PTU, por supuesto, pero también Corrupción en Miami (Mann, 2006), Invisible Waves (Ratanaruang, 2005), Infernal Affairs (Lau y Mak, 2002) o la ya mencionada Una historia de Violencia. Todas ellas se alejan de la espectacularización y acumulación postmodernas —que To, por ejemplo, parece rozar con menor fortuna en Exiled (2006) — para apostar decididamente por el ascetismo y la progresiva afinación de los rituales genéricos. Hace ya unos años y al respecto de The Mission (1999), Stephen Teo afirmó que Johnnie To había llevado el cine de acción de Hong Kong a un estado de “reposo y madurez" (2), pero no será hasta seis años después con las Election —para mí sus obras máximas— que To habría alcanzado la quietud y depuración extremas, de raigambre clásica pero clara vocación contemporánea, a las que sólo aspiran los grandes cineastas.
No es posible comenzar de nuevo, y menos aún en el universo cerrado —aunque no estanco— del género, por lo que es inevitable e incluso conveniente “sentarse sobre las espaldas de sus antecesores” según la gráfica expresión de Popper. Es normal, por tanto, que la vocación contemporánea de Johnnie To se construya orgánicamente sobre las rememoración y evocación conscientes (que no nostálgicas) de la historia de las formas genéricas (ese es el presente continuo al que se refería Serge Daney en Perseverancia cuando afirmaba que el cine es el arte del presente “y cuando no lo es, no es cine y punto”). To armoniza varias tradiciones de género que, a pesar de la insistencia de ciertos cronistas cinematográficos (3), van más allá del cine norteamericano y remiten no sólo a la tradición del cine de Hong Kong —desde el cine negro al Wuxia Pian— sino también a la frialdad moral y tonal del Polar francés (4) o a la larga tradición del cine japonés, tanto al género Yakuza —el tratamiento clásico del rostro, el uso del teleobjetivo y del scope de un Fukasaku— como al Chambara de Masaki Kobayashi —el encuadre y la frontalidad de Harakiri (1962), por ejemplo— o Akira Kurosawa a quien To profesa admiración confesa y dedicó Throw Down (2004). Esta marcada influencia japonesa en el cine de To me hace pensar en un artículo fundacional de André Bazin sobre Rashômon (1950), en el que argumentaba que la “japonesidad” de Kurosawa provenía de la elección del tema, el uso expresionista del sonido, la gestión rítmica de la acción o el estilo trágico de la interpretación (5). Más de cincuenta años después esas mismas palabras podrían aplicarse fácilmente a Johnnie To lo que nos recuerda, una vez más, que el arte no progresa (no evoluciona), simplemente muta (se regenera).
JOSÉ MANUEL LÓPEZ FERNÁNDEZ
1. Para To, Election es una especie de “película de gánsters de una nueva era de Hong Kong que mira atrás hacia su entrega [a China] en 1997” (http://www.hkcinemagic.com), y esta nueva realidad de la ex colonia británica se deja notar aún más en Election 2. Hay que tener en cuenta que To creó su propia productora —Milkyway Image— en 1996, cuando otros talentos del cine hongkonés emigraban a EE.UU. y la crisis amenazaba la industria ante el inminente cambio de estatus de Hong Kong.
2. TEO, Stephen. “The code of The Mission”
3. Por ejemplo, Carlos Boyero afirmó de Election: “Describe con un lenguaje que trata de imitar el del cine norteamericano la batalla por la sucesión entre los dos aspirantes al trono del Padrino” y su contraparte Oti Rodríguez Marchante fue aún más reduccionista: “Después de El padrino, el vacío". Ambas frases se incluyen, sorprendentemente, en el dossier de prensa español de Election.
4. Según http://www.varietyasiaonline.com, To va a dirigir un remake en lengua inglesa de El círculo rojo (Le Cercle rouge, 1970) de Jean-Pierre Melville.
5. Citado en ZUNZUNEGUI, Santos. “Entre la superficie y la profundidad. El arte cinematográfico de Akira Kurosawa” Nosferatu 44-45. Diciembre 2003.
1 comentario:
Inicialmente me había parecido una más pero el filme de Johnny To esta vez me ha convencido plenamente gracias a un nuevo visionado y en sesión doble junto a su segunda parte.
Las elecciones en la triada Wo Shing, una de las numerosas sociedades de los “negocios ocultos” de Hong Kong, que se realizan cada dos años para elegir a un presidente siguen una tradición centenaria, pero en esta ocasión aparece un enfrentamiento entre dos candidatos: Lok (Simon Ya), un hombre templado que se rige por las normas impuestas y Big D (Tony Leung Ka-Fai), un tipo violento que emplea todo tipo de sobornos y malas artes para “seducir” a los votantes. Precisamente ese punto es el que quiere encontrar Johnny To, que ganó con “Election” por segundo año consecutivo en Sitges el premio a mejor director y nombre que se rifan los festivales europeos más importantes. El de la desintegración de las tradiciones milenarias repletas de rituales para que las tríadas se conviertan en organizaciones criminales como las del resto del mundo a las que solamente les interesan los beneficios. consulta medico pediatra medico doctor dermatologo veterinario veterinario lawyer online consulta abogado abogado abogado abogado abogado psicologo doctor psicologo abogado abogado Otro punto a favor es de la verosimilitud y credibilidad de la trama ya que la policía, debido al número de integrantes, simplemente pretende controlar las tríadas y no suprimirlas (arquetipo del thriller hollywoodiense) para que éstas no se desmadren trasladando su caos interno a las calles de la ciudad.
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