Ninguno de los imitadores de los Dardenne son capaces de asir el secreto de su prosa epifánica, ni parecen entender que los hermanos son cineastas que, a través de sus obstinados personajes, practican un cine deportista con el fin de adelgazar de miserias a las instituciones (estado o familia) y de muscularlas responsablemente. Su oficio es su deber como ciudadanos. En El niño de la bicicleta, los hermanos se muestran más creyentes que nunca: primero en el Estado, aunque sea defectuoso, y después en la inminencia de una bondad cristiana en los corazones, siempre a punto de estallar de amor o de odio hasta conseguir un milagro que venían conjurando hace varias películas. Cuando el gobierno belga aprobó en 2000 la "Ley Rosetta" que protegía a los adolescentes de percibir menos del salario mínimo por su trabajo, los hermanos –henchidos de eficacia– decidieron, quizá sin saberlo, enmendarle la plana a los blockbusters de acción más imponentes de Hollywood. De hecho, la persecución en moto y a pie de El niño rivaliza con las mejores carreras de Tom Cruise (la presencia que mejor corre de todo el cine) en películas de Spielberg o de Brian DePalma.
Es cierto que pocos cineastas del viejo continente poseen una política de secuencias tan vertiginosa al tiempo que económica, y es que las películas de los hermanos Dardenne se recuerdan como tours de force grandiosos en los que hijos y padres lo dan todo físicamente. Llegados a este punto de depuración (rayana en la censura) de la psicología de los personajes, ¿qué esperamos de sus nuevas películas? Quizá las set-pieces más sofisticadas y virtuosas del momento. El compañero Antonio Santamarina tiene razón cuando recrimina a los críticos jóvenes su tendencia a recordar solo escenas y a prescindir del conjunto, pero es que muchos cineastas, al rodar, apoyan su tesis en grandes bloques de efecto.
Tampoco ningún wannabe dardeniano es capaz de fermentar el vino tinto cuya sangre vigoriza de pasión todas las fábulas de los cineastas belgas, y es que a estas alturas poca duda cabe de que, al compararlos, sus héroes funcionan como arquetipos evangélicos. Igual que en las Sagradas Escrituras la virtud aparece al desenlace de sus historias alrededor del crucifijo de Cristo, aunque bien elidido, eso sí, y también de un cristianismo importado de Bresson (rebajado de jansenismo, pero con mucho Marx) emboscado entre las derivas de sus erráticos personajes. A saber: como en el Golgota, Rosetta cae hasta tres veces en la subida a su autocaravana mientras porta la pesada bombona de butano con la que pretendía matarse; en El hijo, Olivier (carpintero, oficio de santos) carga con el asesino de su hijo hasta que conquista su perdón; en El niño de la bicicleta, el pequeño Cyril trata de conquistar inútilmente el corazón de su padre, extraño camino que recorre para llegar entender que su nueva madre, Samantha (Cécile de France) le ama. La película entera se vertebra para componer una escena final extraordinaria, acaso uno de los momentos extáticos de su obra. Cyril cae muerto de un árbol, suena el teléfono móvil en su bolsillo: es la llamada de su madre preocupada la que le despierta sin ningún énfasis, como un calambre existencial.
En Bélgica un niño ha muerto y resucitado por los pecados de sus hermanos Rosetta, Olivier, Bruno y Lorna. Un caso pletórico de intrusión intrafilmica, una bomba de racimo que reverdece y vivifica.
ÁLVARO ARROBA (Publicado originalmente en Cahiers du cinéma España)
5 comentarios:
Sin duda una historia excelente..
felicitaciones por el post!
Este artículo refleja una cultura impresionante, Te felicito..
Valentina - juegos de moto
Lo vuelvo a decir!!! muy apreciable... Val - juegos de moto
El final de "El niño en bicicleta" como dicen aquí es extraordinario. El día que vi la película realmente me quede impactado. Eso es cine.
Por más que lo intenten, los sub-Dardennes del cine mundial –que no son pocos– jamás se acercarán a su modelo. Hay algo en las películas de los hermanos belgas, en la concepción de su oficio como si fuera su "deber como ciudadanos" (en palabras de Álvaro Arroba), que es simplemente inimitable. El emotivo humanismo de los autores de 'Rosetta' (1999) y 'El niño' (2005) –galardonadas ambas con la Palma de Oro en Cannes– regresa a las pantallas españolas con su octavo largometraje de ficción, 'El niño de la bicicleta', que también compitió en La Croisette y donde de nuevo la comprensión y solidaridad con sus semejantes no precisa disfrazarse de panfleto social, sentimentalismo o propaganda política. La criatura obstinada de su última ficción se llama Cyril (Thomas Doret), un niño de once años que no se detendrá ante nada ni nadie hasta dar con su padre, que le abandonó temporalmente en un orfanato. En su búsqueda, se encuentra con Samantha (Cecil de France), una peluquera que se ofrece a cuidar de él durante los fines de semana, y que con no menos tenacidad se propone ofrecer una educación moral (a través del cariño y el ejemplo social) a Cyril, criatura problemática, enfebrecida de rabia, que arrastra un extremado déficit de afecto.
Si algo ha caracterizado siempre los filmes de los Dardenne es el rigor de la simplicidad, un minimalismo narrativo que en este caso resulta quizá más elocuente que nunca. Sobre la pulsión neorrealista del filme, el relato no se permite una sola concesión al ornamento, a la derivación o la complacencia dramática, si bien se detectan algunas pequeñas variantes sobre el resto de su filmografía, que en el caso de los Dardenne son especialmente significativas por lo que tienen de postura cinematográfica.consulta medico pediatra medico doctor dermatologo veterinario veterinario ask to consulta abogado abogado abogado abogado abogado psicologo doctor psicologo abogado abogado Aparte de que han filmado por primera vez en la estación veraniega (imprimiendo una luminosidad insólita en la fotografía frecuentemente gris de Alain Marcoen), y no en la deprimente y fría ciudad de Sereign donde acostumbran a situar sus relatos, también han contado por primera vez en el reparto con una reconocible estrella del cine europeo (Cecil de France, la periodista de 'Más allá de la vida') y han incorporado música extradiegética (Beethoven) a la narración, si bien en muy pequeñas pinceladas.
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