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martes, noviembre 04, 2025

In the Mood for Love: la belleza de un cuerpo al abandonar un espacio

 


El inicio de la década del dos mil fue una época -para los que la vivimos de cerca, en presente-, extraordinariamente rica gracias a la llegada de inesperados tesoros procedentes de Oriente, obras de directores que se encontraban ya en la cúspide de sus largas carreras. Hablo de películas como Millenium Mambo (Hou Hsiao-hsien, 2001), Yiyi (Edward Yang, 2000), y el filme que nos ocupa, In the Mood for Love (Wong Kar-wai, 2000). Filmografías que nos descubrían la existencia de cines procedentes de lugares tan remotos como Hong Kong y Taiwán y que mostraban una sensibilidad y un trabajo de puesta en escena que transformaron por completo el cine de aquella década.

Recuerdo perfectamente cómo durante el Festival de San Sebastián de ese mismo año 2000 asistimos mi amigo Álvaro Arroba y yo a la proyección de In the Moood for Love, recientemente exhibida en el Festival de Cannes en una versión de última hora, todavía sin una postproducción de sonido adecuada y que el director estuvo montando hasta el último momento. Quedamos literalmente sobrecogidos ante la belleza de aquellas imágenes, barrocas y ligeras al mismo tiempo, vitales, frescas, pero al mismo tiempo con una hondura casi dolorosa. La vimos en tres ocasiones, cosa que nunca antes habíamos hecho en ningún otro festival; un testimonio de la pasión que despertó en nosotros. ¿Qué contaba en realidad In the Mood for Love? En realidad, apenas nada, o quizá todo. Se trata de un filme que surge a partir de un vacío alrededor del cual orbitan gestos, roces, texturas, colores, espejos, lluvia y humo. Una historia de amor sin consumación, solo pasión contenida, reprimida, que sufren un hombre y una mujer que descubren están siendo traicionados por sus respectivas parejas. Viven en una pensión, un territorio cerrado que habla del Hong Kong de los años sesenta, todavía en posesión de los británicos. Un mundo irreal que fue filmado milagrosamente por Christoper Doyle con una sensualidad exquisita, colores que se pueden sentir, que hablan por los protagonistas, seres silenciosos, quizá fantasmas que viven eternamente entre esas cuatro paredes junto con otros espectros que les envidian y les observan como nosotros.

Wong Kar-wai se encontraba en ese momento en un momento álgido de su carrera. Había filmado, entre otras películas, Chunking Express (1994) y Fallen Angels (1995), pero su consagración vino con In the Mood for Love. Sus personajes femeninos, herederos en buena parte de la Nouvelle Vague francesa pero con la elegancia, la frescura y la sofisticación asiática, resultaron fundamentales para su éxito, En In the Mood for Love, Maggie Cheung, luego musa y pareja de Olivier Assayas, alcanzó su máxima cota como actriz. Acompañada por el legendario Toni Cheung, que fuma como un Bogart Hongkonés, lanzando nubes de humo que parecen condensar su espíritu melancólico y sus deseos ocultos, ambos forman una pareja inigualable. Solo por el hecho de subir y bajar escaleras, mirarse, escribir juntos una historia de  marciales, cruzarse por el pasillo, ya exhiben un encanto y un glamour solo vistos en el cine clásico norteamericano.

Junto con la soberbia fotografía y la dirección de Wong Kar-wai, capaz de capturar los detalles, las miradas, el vacío que dejan los cuerpos al abandonar un espacio, es necesario mencionar la banda sonora de Michael Galasso cuya belleza y cadencia logra acentuar la estructura musical que el propio filme, llenos de rimas y repeticiones. Otro de los hallazgos formales del filme es cómo Wong Kar-wai logra que la escenografía hable del mundo interior de los personajes, espacios eróticos e irreales, ligeros como un duermevela. Porque este es un filme que existe precisamente en ese espacio intermedio, entre la vigilia y el sueño, un lugar que por un instante creemos tocar pero que luego se desvanece. Es por ello que necesitamos ver la película una y otra vez.

 

Daniel V. Villamediana

(originalmente publicado en la revista Pickpocket)

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