La revisión de películas en el cine es un acto no solo de re-lectura sino de re-escritura. La película que uno ha vuelto a ver se vuelve a re-escribir ante los ojos de uno como si asistiera a un acto de creación en presente. Según se ve el filme da la sensación de que la obra se esté gestando en ese mismo instante. Sin duda es una de las sensaciones más bellas que pueda provocar el cine. Pero esto únicamente ocurre con la revisión de ciertas películas, de aquellas que han mantenido un grado de “pureza” en su concepción y sobre todo en su realización. Obras limpias (por su claridad y sencillez), justas y creyentes. No creo tanto en la fe de los realizadores al hacerlas sino en la fe de sus imágenes. El resultado, la forma, ya completamente alejada del pensamiento que la creó, algo efímero finalmente (lo que importa para el espectador es la materia resultante, no el trabajo intelectual previo), es lo que atraviesa y ciega nuestros ojos. Es una paradoja, pero las imágenes poderosas nos ciegan, impiden que podamos ver totalmente, son inabarcables, profundas, abismales. No pueden ser maniatadas por nuestros ojos ni por nuestros cerebros. Viajan solas y quedamos ciegos ante ellas, ya que su fulgor, su luminosidad, disuelve a la propia imagen. ¿Cómo retener esa luz?
Sería ridículo decir que El evangelio según San Mateo mantiene toda su vigencia. Nadie puede decir que ha “recuperado” una película. Los filmes no se recuperan para el mundo, simplemente se pueden ven plenamente. No es un acto de descubrimiento, sino de ignorancia, de aceptar la ignorancia por lo que no se ha sabido ver. El filme de Pasolini es uno de los más luminosos del cine. Esa luz blanca que circunda los rostros y los paisajes es el aura de lo espiritual. El texto más tergiversado, confundido, repetido a lo largo de la historia de la humanidad, el evangelio, suena nuevo y poderoso. ¿Hay algo más complejo que eso? Hacer que las palabras que se han escuchado cientos de miles de veces en decenas de miles de iglesias, parroquias, campos, templos, hogares, esquinas, púlpitos, ríos, a lo largo de dos mil años resulten como si acabaran de ser pronunciadas, mantengan todo su vigor (vigor físico y espiritual), es algo que uno no se puede explicar. Ni siquiera quiero saber nada acerca del proceso de creación, de lo que pensó Pasolini al escribirla o realizarla, ni por supuesto lo que la crítica antes y después ha dicho sobre este filme. ¿Hay algo más vulgar que determinada crítica? Sin duda la crítica más despreciable es la crítica no creyente, la que realmente no tiene ninguna clase fe (de fe en la imagen y su poder trascendente).
Pasolini humaniza el rostro, un rostro múltiple. Todos los rostros del cine están en esta película. Sabe filmar al prójimo como a sí mismo, encuadrarlo con la belleza que merece cada cuerpo, cada alma. Y sin embargo no sabría recordar la mayoría de esas caras. Pero eso no importa. Importa el acto de ver, el acto de creer en esos rostros mientras uno los ve.
DANIEL V. VILLAMEDIANA