El 28 de abril de 2025 se cumplen ochenta años de la muerte de Benito Mussolini, fundador del fascismo italiano y una de las figuras sin las cuales, lamentablemente, no se puede entender el siglo XX. El académico y escritor Antonio Scurati publicó en italiano en el año 2018 el primero de los volúmenes que ha dedicado a la figura del dictador, «M. El hijo del siglo» (en español editado por Alfaguara en 2020), un éxito de ventas y ya un clásico contemporáneo que narra desde dentro el fascismo italiano utilizando documentos de época. Una obra que trata de entender cómo en apenas tres años Mussolini pasó de tener unos cientos de afiliados a hacerse con el poder mediante la violencia y el terror. Una crónica que nos muestra cómo se puede desmontar una democracia prácticamente en tiempo real y que ha sido recientemente adaptada en formato miniserie por el director Joe Wright en una de las propuestas audiovisuales más impactantes y radicales de los últimos años.

Como explicó en una entrevista el autor del M, el hijo del siglo, Antonio Scurati, «elegí narrar el fascismo desde dentro, algo que no se había hecho nunca (…). Me planteé una pregunta fundamental: ¿quién era Mussolini?, ¿quiénes eran los fascistas?, ¿por qué consiguieron seducir a millones de personas?». Preguntas que en cierto modo siempre habían estado ahí pero que hasta la publicación de este libro no se habían respondido con tanta claridad ni precisión. Un tema que además todavía hoy en día continúa siendo muy problemático en Italia y que generalmente solo se había abordado de forma ideológica. El proyecto de Scurati, una proeza narrativa, fue servirse de toda clase de documentos de época, discursos, cartas, noticias, informes policiales -la materia en definitiva con la que está hecha la historia-, y los dio forma novelada, haciendo presente el pasado, un modo también de advertir sobre lo que está sucediendo en la actualidad debido al auge de los populismos y los partidos ultraconservadores. Como también dijo el autor: «El fascismo ya no es un tabú y regresa peligrosamente a ganar el terreno en la escena política italiana y no sólo la italiana, obviamente no en la forma original, pero en formas renovadas». M. El hijo del siglo (Alfaguara, 2020) es así también una advertencia, un aviso que nos ayuda a comprender mejor nuestro presente.
Mussolini es sin duda un personaje siniestro y fascinante a partes iguales. Desmedido, brutal, inteligente, hábil político, traidor, egomaníaco, oportunista, asesino y estratega. Siempre ha sido fácil caer en la caricatura cuando se habla de los dictadores, ya no digamos de Hitler, y más aún en el caso de Mussolini, conocido por el histrionismo de sus discursos. Por ese motivo el libro de Scurati se ha convertido en una obra fundamental sobre el tema, porque trata de entender, no de juzgar ni de ridiculizar los hechos, y logra que vivamos esos convulsos años veinte de forma directa.
Curiosamente Mussolini había sido primero un famoso líder socialista con un pasado un tanto turbio (huyó a Suiza para librarse del servicio militar obligatorio), y años más tarde se convirtió en director del periódico Avanti!, órgano oficial del partido socialista, del que después renegaría, lo que provocaría que fuese llamado traidor durante mucho tiempo. En este momento, 1919, y tras la primera guerra mundial, en la que participó, es cuando Scurati da comienzo a su relato. Convertido en director de su propio periódico, Il Popolo d'Italia, Mussolini aprovechó el descontento de los veteranos de guerra, gente sin trabajo, desengañada y violenta, para crear su propia organización política, los Fasci italiani di combattimento. Como el propio Mussolini dijo: «¿Acaso no se han hecho siempre las revoluciones de esta manera: armando al completo los bajos fondos sociales con pistolas y granadas de mano?». Nos encontramos en una época de profundo descontento, en una Italia empobrecida que se deslizaba hacia el abismo, asolada por huelgas, y donde el partido socialista mantenía un gran poder en las calles y tenía como modelo a Rusia, donde revolución bolchevique acababa de triunfar y derribar al zarismo. La tensión y los conflictos eran así constantes.
Mussolini pronto fue consciente de que debía utilizar ese descontento sirviéndose de un lenguaje directo y simple, y una política basada en la acción y la violencia, no en un programa. Su idea de la antipolítica fue calando hondo entre las clases más descontentas y entre los que tenían miedo de los rojos y su fuerte poder. Había además una gran frustración debido al Tratado de Versalles, ya que tras la participación en la guerra, con seiscientos mil muertos italianos, Italia apenas había recibido territorios a cambio, mientras que el resto de los aliados se repartieron las colonias de África. El pueblo se sintió estafado y humillado.
Pero el futuro Duce todavía seguía siendo uno más en la política. Entre un rey débil, Víctor Manuel III, y un gobierno inestable, solo había una figura que el pueblo siguiese respetando: el poeta Gabriele D'Annunzio, militar, héroe nacional, hombre intrépido, hedonista, y excelente aviador. Una figura que Mussolini admiraba y también envidiaba. D'Annunzio, tratando de mitigar la humillación nacional, marchó con sus propios soldados rebeldes hasta la ciudad de Fiume, situada en la costa de mar Adriático y disputada por Yugoslavia, algo que iba en contra del propio gobierno y de los tratados internacionales. Proclamó entonces la anexión de Fiume a Italia. El propio Mussolini viajará allí para granjearse su apoyo e influencia.
Mientras, los Fascios de combate seguían actuando en las calles, apaleando sindicalistas o quemando la sede del Avanti!, el periódico socialista. Pero Mussolini seguía sin lograr ampliar su base. Su idea de antipartido todavía no llegaba al pueblo y fracasó estrepitosamente en las siguientes elecciones, solo logrando 4657 votos frente a los casi dos millones de votos socialistas. Decide entonces el futuro dictador en centrarse más aun en la acción violenta para derrotar a los viejos diputados del parlamento y al comunismo, cada vez más convencido de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina. Un miembro de los fascios lanzó granadas contra los manifestantes socialistas provocando una matanza, y la policía registrará la sedes de los Osados (antiguos soldados de asalto de élite del Regio Ejército en la Primera Guerra Mundial), de los Fascios de combate y, por supuesto, la sede del Il Popolo d'Italia, en busca de armas. Mussolini será arrestado pero saldrá apenas un día después.
Poco a poco comienza a producirse un importante cambio en las bases de los Fascio. Ya no solo lo forman veteranos y expresidiarios violentos. El giro a la derecha de Mussolini atrae a comerciantes, funcionarios estatales, y a la pequeña burguesía empobrecida por la inflación. Mussolini se centró entonces en captar a las clases medias espantadas por los avances bolcheviques. Así, cada ocasión en la que una escuadra fascista quemaba en la calle una bandera roja, cientos de pequeñoburgueses se agolpan haciendo cola ante la sede del Fascio. Se produce un efecto avalancha, y el fascismo se propaga como una epidemia. Como escribe Scurati, con su estilo directo, su afilada prosa, y su capacidad única para captar el espíritu del tiempo: «Todos los nuevos fascistas son gente que hasta ayer temblaba de miedo ante la revolución socialista, gente que vivía de miedo, comía miedo, bebía miedo, se acostaba con miedo (…) Pequeñoburgueses llenos de odio: de esta gente estará formado su ejército. Buena gente que en su fuero interno se estremece por un deseo incontrolable de sumisión a un hombre fuerte y, al mismo tiempo, de dominio sobre los indefensos». Es el miedo y el odio el germen del que surge el fascismo de Mussolini, y él estará ahí para encauzar y redirigir esos sentimientos que le llevarán al poder. Como dijo el propio dictador: «Yo soy como las bestias. Huelo el tiempo antes de que cambie».
De súbito, los campesinos también se pasaron al fascismo y el derrumbe socialista sorprendió a todos. Pero a pesar de que estos ganaron las elecciones de 1921, Mussolini logró su gran objetivo: ser por primera vez diputado en el parlamento, al que anestesiará hábilmente. Los fascistas encontraron su espacio entre el capitalismo y el comunismo, un lugar en el que muchos italianos se sentían más seguros ante tantos giros y cambios políticos. También su idea de la «Gran Italia» calaría hondo. Sin embargo, cuando luego Mussolini vio que la violencia se le iba de las manos (fueron quemadas también sedes de los católicos y republicanos) buscó un acuerdo con los socialistas, lo que le creará enemigos dentro de su propio partido, ese monstruo que ya no controla.
Entonces decide llevar a cabo unos de sus habituales movimientos hacia delante: «La marcha sobre Roma», movilizar a decenas de miles de fascistas armados para que se dirijan hacia la capital, una forma de presionar al gobierno. En realidad, busca una negociación y que la presidencia sucumba ante el miedo, como así sucederá. El rey, intimidado, no se atreverá a firmar una orden que establecer el estado de sitio y dejará vía libre a Mussolini. Como describe Scurati: «La visión de miles de hombres negros que, surgidos de las tinieblas, marchan armados sobre la capital para conquistar el poder es una de esas antiguas profecías que basta con pronunciar para que se hagan realidad». Sus tropas se pasearán gloriosamente por Roma sin la oposición del ejército. Corre el año 1922 y Mussolini se convertirá en el primer ministro más joven del mundo. Ya no hay marcha atrás para el fascismo.