LA
CIUDAD DE LOS SIMULACROS: INVASIÓN
Daniel V. Villamediana
El 16 de octubre de 1969 se estrenó en Buenos
Aires el filme Invasión, dirigido por
Hugo Santiago y escrito conjuntamente con Jorge Luis Borges. La sinopsis,
firmada también por el escritor Bioy Casares, dice así: “Invasión es la
leyenda de una ciudad, imaginaria o real, sitiada por fuertes enemigos y
defendida por unos pocos hombres, que acaso no son héroes. Luchan hasta el
fin, sin sospechar que su batalla es infinita”.
Habitualmente la sinopsis suele servir como un
breve resumen del guión, obviando
el entramado conceptual del filme. Es por este motivo, que en raras ocasiones
la sinopsis de un filme es utilizada como complemento para su análisis. En el
caso de Invasión, estamos ante un
ejemplo atípico. Primero, por ser producto de dos destacados escritores
argentinos. Segundo, porque la sinopsis no sirve únicamente para condensar la
trama de la película, sino que sirve para dialogar con ella a partir de una
serie de ideas o conceptos que se desprenden de su lectura y que afectan a la
interpretación y se superponen al visionado del filme. La propia etimología de
la palabra sinopsis procede del griego y puede traducirse por: «…que se puede
recorrer de un vistazo». De esta
forma, la sinopsis posee también un sentido visual. Está ideada para verse
rápidamente y al mismo tiempo para hacerse una imagen de una película. Sin
embargo, la imagen de la película que se desprende de la sinopsis y la imagen
del filme en sí, como veremos, no son lo mismo. Borges expresó en la sinopsis
términos que más que resumir la obra (cerrarla), la abren. Estos son algunos de
ellos: leyenda, imaginaria, real, fin, infinita. Cada de una esas
palabras-concepto llevan la película hacia nuevas dimensiones de lectura que
además nos aproximan al mundo literario de Borges, quien trabajaba “básicamente
con la paradoja” y se servía de hipótesis
filosóficas. La sinopsis de Invasión
es así una peculiar guía de lectura sobre el filme Invasión. Pero no se trata de una guía precisamente aclaratoria,
puesto que en realidad es tan hermética como Invasión, filme sobre una ciudad ficticia llamada Aquilea similar a Buenos Aires.
Comenzaremos analizando el primer plano de la
película, una toma general de una ciudad. Sobre ella aparece sobreimpresionado
primero un nombre, AQUILEA y, segundos después, un año, 1957.
La imagen remite a una ciudad contemporánea
fotografiada desde un suburbio, lejos de un centro reconocible. Es una ciudad
cualquiera. Frente a esta imprecisión de la imagen, “cualquier ciudad”, el
nombre que aparece en la pantalla es absolutamente preciso aunque su intención
es justamente alejarnos lo más posible de espacio original en la que fue
realizada la toma. Aquilea o Aquileia, fue una ciudad romana destruida por
Atila y los hunos en el año 452 . Al mismo
tiempo, la palabra remite a Aquiles, el héroe legendario de la Ilíada que luchó
en la conquista de la ciudad Troya. Así, una misma palabra habla sobre la
resistencia de una ciudad antigua y sobre un héroe mítico que ayudó a
conquistar una ciudad sitiada. Las dos caras de una misma moneda, la conquista
y la defensa de una ciudad. Además, una de las posibles etimologías del nombre
Aquiles es ἄχος akhos (dolor) y λαός laos (pueblo o nación). Aquilea es concebida
como un espacio de lucha y sufrimiento de un pueblo. Un nombre de carácter
histórico pero también legendario (como se indica en la sinopsis: “Invasión es
la leyenda de una ciudad”) que se impone a la imagen de la ciudad. Se trata de
romper una conexión directa con la ciudad de Buenos Aires. Es como si dijera
“esto no es Buenos Aires, es Aquilea”. Sin embargo tampoco es la antigua
Aquilea. No hay nada hay más allá del nombre y su posible interpretación que
nos remita a la antigua ciudad. Por otro lado, minutos después, la propia
película, aun tratando de romper la referencialidad, alejarse del original, nos
remite de forma indirecta, gracias a la música de tango que suena y al acento
de los personajes al hablar, a Buenos Aires. Es el sonido, más que la imagen,
lo que nos aproxima a una ciudad oculta tras las imágenes y una palabra
sobreimpresa.
Foucault, en su libro Esto no es una pipa, definía así la diferencia entre semejanza y
similitud en relación con la obra del pintor René Magritte:
“La semejanza tiene un
“patrón”: elemento original que ordena y jerarquiza a partir de si todas las
copias cada vez más débiles que se pueden hacer de él. Parecerse, asemejarse,
supone una referencia primera que prescribe y clasifica. Lo similar se
desarrolla en series que no poseen ni comienzo ni fin, que uno puede recorrer
en un sentido o en otro, que no obedecen a ninguna jerarquía, sino que se
propagan de pequeñas diferencias en pequeñas diferencias. La semejanza sirve a
la representación, que reina sobre ella; la similitud sirve a la repetición que
corre a través de ella. La semejanza se ordena en modelo al que está encargada
de acompañar y dar a conocer; la similitud hace circular el simulacro como
relación indefinida y reversible de lo similar con lo similar”.
Invasión no busca la semejanza
con Buenos Aires. De hecho, a lo largo del filme rehúye los espacios y lugares
más representativos o localistas. Trata de evitar el original y, mediante el
montaje, deconstruye la ciudad. Como afirma Oubiña “Hugo Santiago desarma la
ciudad y luego vuelve a armarla con los mismos fragmentos, pero dándoles una
configuración completamente diferente”.
Crea una urbe nueva, unida mediante bruscas elipsis (espaciales y narrativas) y
una trama que evita dar causas o respuestas a los movimientos de sus
personajes. Al mismo tiempo, como más adelante veremos, la utilización por
parte de los protagonistas de un mapa de Aquilea, hace que la ciudad de Invasión esté todavía más lejos del
supuesto original. El mapa inventado para el filme, construye una ciudad
ordenada, Aquilea, distinta a la ciudad que vemos, caótica y extraña y, por
supuesto ya completamente alejada de Buenos Aires. A esto hay que añadir otro
elemento que aparece junto a la palabra Aquilea: “1957”. Este año, como los
propios autores indican fue
elegido por su vaguedad, por no querer significar nada concreto. Se trata de
una fecha neutra “esotérica, furtiva, casi impenetrable”.
Se intenta con ello evitar correspondencias y semejanzas. Podría ser cualquier
ciudad y cualquier año. El nombre legendario que tiene la urbe justamente sirve
para alejarse más de la mera representación. Invasión, como Aquilea, es la leyenda de una ciudad, ni siquiera es
la representación de una ciudad concreta. La sinopsis dice: “la leyenda de una
ciudad real o imaginada”. Aquí, la palabra “real” parece quedar anestesiada por
el anterior término: “leyenda” y por el posterior, “imaginada”. Como sucede con
muchos cuentos de Borges, en esta sinopsis, su lenguaje es “irremisiblemente
opaco. No traduce el mundo sino que, en todo caso, lo interroga. Vuelto sobre
sí mismo, consciente de su pura facticidad, crea explícitos simulacros,
facsímiles”. La sinopsis, como el filme, no dan una
respuesta concreta al tema de la ciudad, sino que crean nuevos interrogantes.
Foucault dice que la semejanza da a conocer lo
que es visible mientras que la similitud hace circular el simulacro. Los interrogantes, los reflejos, se
multiplican. No se trata pues de una representación que acompaña al original,
sino que las lecturas y las versiones se intensifican. No queda una conexión
directa con el referente original, solo el rastro, un simulacro. Para lograr
este alejamiento, Invasión juega
durante el filme con la imagen de un plano de una ciudad. La primera vez que se
ve es en el min. 5, antes del crédito en el que aparece el título de filme
sobreimpresionado sobre un plano que muestra algunas manzanas de edificios.
Pero es en el min. 15 cuando lo volvemos a visualizar, ya propiamente dentro de
la diégesis, escondido tras una cortina que teatraliza tanto la acción, el
gesto de abrir la cortina, como el plano de la ciudad. Teatro de operaciones,
pero primeramente teatro.
Este gesto de abrir la cortina y mostrar un mapa
inventado, lleno de cuadrículas perfectas de una ciudad inexistente, mucho más
pequeña que Buenos Aires, nos acerca a la idea de simulacro que expuso Jean
Baudrillard. Su clásico ensayo “Cultura y simulacro” comienza comentando el
cuento de Borges en el que se narra la historia de un imperio que quiso que su
territorio fuese totalmente cartografiado. Para ello, se hizo un plano tan
extenso que cubría el propio territorio. Después, Baudrillard añade: “Hoy en
día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la
del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia,
a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin
origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le
sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio —PRECESIÓN
DE LOS SIMULACROS—“. Como vemos en las
imágenes del plano de Aquilea, estamos ante un mapa que precede también al
territorio. Un mapa inventado para una ciudad imaginada (Aquilea) que simula
una ciudad fílmica (la ciudad que vemos en el filme Invasión). Así comienzan la serie de simulacros. La ciudad en
teoría origen de todo este proceso, Buenos Aires, ha quedado prácticamente
ausente. Como dice más adelante Baudrillard, no se trata ya de una simple
imitación, “sino de una suplantación de lo real por los signos de lo real”. Estamos ante un mapa realizado
inicialmente por un urbanista que
simula cartografiar Aquilea al mismo tiempo que Aquilea simula ser Buenos
Aires. Es una sucesión de simulacros en el que el mapa suplanta a la ciudad
imaginada al mismo tiempo que Aquilea suplanta a Buenos Aires utilizando signos
de lo real (sus calles, avenidas, aceras, edificios, etc
En relación a esa escena es importante resaltar
así mismo el momento en el que el protagonista, Herrera, acaricia el mapa para
buscar una localización. No se trata de un simple gesto de búsqueda, dado que
el contacto con el mapa nos remite a una relación casi erótica con el objeto
que representa la ciudad, ahora convertida en una especie de fetiche. Herrera
acaricia las calles dibujadas, las recorre con los dedos como intentando
comprender y al mismo tiempo apropiarse de la ciudad, objeto de deseo. Aquilea
en el mapa parece lógica y controlable, sin embargo, a pie de calle, está llena
de peligros, de pruebas, de ruidos extraños. Herrera, antes de marchar y
enfrentarse a los hombres de gris, los invasores (casi concebidos como
extraterrestres sin individualidad, ocupantes de cuerpos y espacios), siente la
necesidad no solo de orientarse en el plano, sino de palparlo. Busca la
relación táctil antes de la verdadera posesión. El mapa sustituye al objeto
original, pero su contacto, la caricia es el acto previo a ese intento de
posesión (o de defensa, que también es posesiva) de la ciudad. Evidentemente,
la distancia entre el mapa y la ciudad es inabarcable. Así, su relación táctil
con la ciudad no deja de ser otro simulacro.
Volviendo al anterior punto, hay que hacerse la
pregunta de cómo se crea ese simulacro de ciudad que no es la del mapa ni la
del territorio en el filme Invasión.
Una de las estrategias seguidas por la película para huir de la semejanza, es
adoptar una estética fantástica, lograda sin transformar apenas los escenarios
naturales de Buenos Aires, de forma similar a como ya lo hizo Jean-luc Godard
en Alphaville (1965), cuando filmó
París como si se tratara de un escenario de ciencia ficción sin alterar las
localizaciones. El propio Borges también definió Invasión como un filme fantástico
debido a que su guión prescindía casi de la psicología a favor de los
arquetipos, rompía con la causa-efecto narrativa y con la coherencia espacio-
temporal (la ciudad siempre está siendo conquistada y defendida, como en un
eterno retorno) desrrealizando la ciudad de Buenos Aires. Como dice Beatriz
Sarlo, lo fantástico “es un modo que solo corresponde a sus propias leyes
internas”, y así es como funciona Aquilea, una
ciudad abstraída que parece habitada por solo unos pocos hombres y mujeres
capaces de comprender su funcionamiento y el sentido de la lucha.
Pero este lado fantástico no procede únicamente
del guión, sino de la estética, que mezcla el cine negro, el cine de serie B,
la Nouvelle Vague, el expresionismo, el cómic (“El eternauta” de Héctor Germán
Oesterheld), y el cine de Bresson. Justamente Hugo Santiago fue en Francia
asistente de dirección de Bresson en Le
Procès de Jeanne d'Arc (1962). Bresson hablaba de anestesiar lo real para
mediante el montaje, el estatismo y la contención, crear una nueva clase de
emoción. Así, en Invasión es a través
del montaje (aunque de forma casi opuesta Bresson, quien pretendía ante todo
romper con la puesta en escena teatral del cine), como se construye esa ciudad
o esa leyenda de ciudad, según dice la sinopsis. La palabra leyenda también
puede ser entendida, según la RAE, como un “Texto que acompaña a un plano, a un
grabado, a un cuadro, etc”. Así, podemos entender Invasión, la película, en realidad como un texto, un comentario que
acompaña a una ciudad imaginaria o real. Entonces, ¿de qué ciudad entonces
estamos hablando? Los simulacros se siguen sucediendo a través de nuevas
lecturas. Invasión parece ser un
comentario sobre una ciudad que no sabemos cual es. Y, sin embargo, hay una
ciudad filmada y limitada por una serie de fronteras que le dan una cierta
forma. La frontera sur es un descampado, “la frontera norte es un zona de
depósitos fabriles y vías muertas; la frontera suroeste es un suburbio de casa
bajas, la frontera noroeste se adentra en las sierras; la frontera noreste es
una isla del Delta”. Pero cada frontera,
más que un límite, abre un nuevo territorio. En vez de cerrar un espacio, lo
amplía hacia lugares imprevistos, haciendo de la ciudad algo inasible. Es una
urbe que se escapa a la comprensión, sin centro, y que existe por el movimiento
de sus protagonistas. Una ciudad en lucha que al mismo tiempo es una ciudad
dormida. Son tan solo esos pocos hombres, guiados por el viejo don Porfirio,
quienes llevan la acción y parecen ser conscientes de lo que realmente sucede.
Así, los verdaderos límites de la ciudad surgen por su estado: estar “sitiada
por fuertes enemigos”. Son los enemigos los que crean otra frontera artificial,
pero ésta se va transformando a lo largo del filme. Es una frontera menguante,
porque a medida que los invasores van conquistando la ciudad, estrechan el cerco.
Los hombres de gris son una muralla en movimiento que se terminará apoderando
de la ciudad, y para ello actúan de forma colectiva, férrea, compacta. Son un
grupo unitario, sin voces individuales, frente a la variada identidad de esos
pocos defensores que, como afirma la sinopsis, “acaso no son héroes”. Esta idea
de muralla también la vemos en la escena de la muerte de Herrera, cuando en su
última misión acude a la base del enemigo, situada en una especie de estadio y allí
es finalmente aniquilado. Poco a poco, el numeroso grupo de grises le irán
cercando hasta matarle a golpes. Herrera desaparecerá ante nuestros ojos. La
muralla se ha cerrado por completo. Esta destrucción del individuo hace que el
filme, a pesar de su opacidad (o justamente por ello), no pueda evitar ser
también una metáfora del momento histórico en el que fue filmado, la dictadura
de Onganía (1966-70).
Dice el final de la sinopsis que los defensores
de la ciudad “luchan hasta el fin, sin sospechar que su batalla es infinita”.
Borges define la palabra infinito como una equivalencia “de inacabado”. Así, por un lado tenemos una idea del
infinito como algo lejano y opuesto a lo real en la obra de Borges, y también
como algo inacabado, o algo que no puede tener fin. Sus personajes buscan
horizontes o espacios infinitos. Y así son los héroes de Aquilea, dispuestos a
morir por esa lucha continua, que siempre estará incompleta. Quizá por eso son
héroes sin saberlo, porque son criaturas sumidas en un ciclo de repeticiones
dentro de una ciudad en cierto modo monstruosa, que fagocita esos cuerpos
sacrificados como si se trata de una especie de Moloch. Borges, en su obra
literaria, ha mostrado una fuerte predilección por este término y con él ha
querido resquebrajar la percepción de un universo comprensible y medible,
haciendo sentir al lector “la presencia del infinito que disminuye y agobia y
disuelve la materia en reflejos, sueños o simulacros”.
Lo infinito está en relación con el simulacro, la repetición y los reflejos
constantes entre distintos espejos: Aquilea, Buenos aires, Invasión, la sinopsis de Invasión,
la obra literaria de Borges, etc. Es un filme que se multiplica a sí mismo, una
obra abierta capaz de sugerir múltiples lecturas y que al mismo tiempo escapa
siempre a un análisis determinado y cerrado. De hecho, este propio texto no
deja de ser otro simulacro, otro reflejo más de una ciudad filmada cuyo origen
es cada vez más incierto o difuso.
(Texto publicado originalmente en Estudios de Historia y Estética del cine, Universidad de Valladolid, 2015)
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