Memoria histórico-cinematográfica
Por Santiago Navajas
A los nietos, la generación de los abuelos nos resulta tan misteriosa como mítica. Nos provoca tanta atracción como rechazo. Atracción, por lo que tiene de ampliación de nuestros horizontes, de profundización en nuestras raíces. Rechazo, porque tememos descubrir secretos que nos hagan ver a nuestros adorados abuelitos como espectros no demasiado atractivos... y depositarios de genotipos siniestros.
Enfrascados en el desvelamiento de sus orígenes familiares, los primosDaniel V. Villamediana y Víctor J. Vázquez han realizado en La vida sublime–como director y como actor principal, respectivamente– una fascinante inmersión en la España más auténtica, serena, bella y profunda, alejados del torpón y fácil costumbrismo al que nos tiene habituados el cine patrio. Junto a El cielo gira, de Mercedes Álvarez, forma un díptico preciso e imprescindible sobre esas extrañas gentes que llamamos españoles.
El camino que elige Daniel es el de la recreación del misterio a través de la alusión al mito. Sigue la estela de maestros tranquilos como John Ford yYasujiro Ozu –por la hondura de la mirada, las digresiones de los protagonistas apoyados en la barra de un bar o paseando por Valladolid y Triana, por la forma que tiene de dejar que respiren los objetos dentro del plano, acompañándolos en su ensimismado silencio–, pero sin dejar de hacer menciones explícitas e implícitas a poetas patrios como Machado y Lorca (me vinieron a la mente los versos del granadino sobre el río sevillano ante las ilustraciones del mismo: "El río Guadalquivir/ va entre naranjos y olivos./ Los dos ríos de Granada/ bajan de la nieve al trigo.../ El río Guadalquivir/ tiene las barbas granates./ Los dos ríos de Granada/ uno llanto y otro sangre./ Para los barcos de vela/ Sevilla tiene un camino;/ por el agua de Granada/ solo reman los suspiros").
La película se construye como una serie de secuencias en forma de diálogos que mantiene Víctor con diversos antagonistas, que le irán acompañando desde los terrenos amarillos en barbecho de Tierra de Campos hasta el mar Atlántico de lo que los cursis llaman "la Tacita de Plata". Busca Vázquez a su abuelo, el Cuco, que viajó de Castilla a Andalucía y volvió cuando debió haberse quedado (su mujer reconoce que se casó con él para salir del páramo castellano). La cuestión es: ¿por qué volvió? ¿Fue un héroe, un villano, un anodino don nadie? Finalmente, el enigma quedará sin resolver, porque no está en el ánimo de los autores la voluntad documental sino la ensoñación de la ficción, de una disculpable ingenuidad: hay que ser respetuosos con los mayores, aunque en este caso signifique convertir al abuelo de carne y hueso en un emblema, una fotografía, un símbolo.
En los diálogos que van desgranando, nada menos cursi, sin embargo, que la emoción con que el crítico cinematográfico Álvaro Arroba le relata en Valladolid el celuloide no filmado de la segunda parte de El sur, de Víctor Erice; la tensión con que discute en un bar sevillano con su compadre Pepe Grosso sobre si los anarquistas son unos ángeles salvíficos o unos analfabetos políticos hijos de Satanás; o la emulación de aquella vez en que el Cuco devoró noventa boquerones fritos (hazaña aumentada por Vázquez al cambiar los boquerones por sardinas; todas ellas, regadas por nueve cervezas).
Con un estilo impregnado de naturalismo y espontaneidad, Daniel Villamediana consigue destilar poesía de unas perdigonadas a perdices en tierras ocres vallisoletanas y a peleas de gallos en el profundo sur andaluz, a los atardeceres rojizos del norte castellano y a los rosados del Atlántico gaditano. Es fundamental el trabajo de fotografía, a lo que habrá contribuido no poco la flexible y manejable HD Panasonic HVX200 con que se rodó la película, y la sutileza del sonido.
Seleccionada para la Sección Oficial Cineastas del Presente de la 63ª edición del Festival de Locarno, que se celebrará en esta localidad suiza entre el 4 y el 14 de agosto, La vida sublime demuestra que es posible en España un cine independiente pegado al terreno pero con vocación de trascendencia. Como en las pinturas de Vermeer, el cine de Villamediana constituye un homenaje discreto pero esencial a la patria, entendida como el conjunto de vivencias íntimas que han ido constituyendo el fondo vital a partir del cual elabora uno su biografía, a veces a la contra, con desprecio y odio, y a veces, como en el caso de Villamediana y Vázquez, con un sentido y cálido reconocimiento a la grandeza de un legado.
La opción elegida: el mito antes que lo real, sigue los pasos de lo que recomendaba John Ford en sus películas... aunque luego no cumpliera con su palabra: "Imprimir la leyenda". Sin embargo, como en el caso de Ford, el poema surrealista final, de aire lorquiano, con el que Villamediana y Vázquez se inventan un pasado posible no elimina el poso de lo real que las panorámicas de los paisajes castellanos y andaluces nos han mostrado como si fueran una ventana abierta a la que nos pudiésemos asomar.
La generación de los abuelos, de los que vivieron la guerra civil y los primeros años del franquismo... Al lado de su vida, ¡qué tranquila y anodina resulta la nuestra! Afortunadamente. En tiempos de zozobra, las reglas morales no son sólo guías para vivir, sino, sobre todo, para sobrevivir. De ahí el lema que inspira la película, apuntado en un momento dado por Vázquez:
El peligro es la clave de la vida sublime.
El peligro de una película así es saber contar con lirismo una historia épica. De manera íntima abrir a espacios inmensos. Con la imaginación sustentar una versión posible de la realidad. Y el peligro queda conjurado como una gran oportunidad del cine español que es aprovechada.
(Publicado originalmente en Libertad Digital)
lunes, agosto 23, 2010
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3 comentarios:
Es una suerte poder ver esta película, especialmente cuando se está lejos de esas tierras repletas de escondrijos soleados que te embriagan. "El silencio" de la naturaleza en contraste con los diálogos espontáneos de sus personajes, la música empleada a mi parecer sin principio ni fin concreto que te incita a subirte a un tren sin paradas y el que te dejen observar con suficiente tiempo las cosas insignificantes que son las realmente esenciales, convierten esta película en el reflejo del día a día que describe una vida calma y quijotesca a la vez, una vida sublime.
Espero que tenga suerte en España, si nos logramos bajar del carro ese arrastra con fuerza.
Lenta y aburrida.Una gran falta de ingenio,todos los dialogos entran en 2 folios.
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