Vistas de página desde siempre

domingo, agosto 29, 2010

ERIC ROHMER







A contracorriente del cine de autor de las últimas décadas, Eric Rohmer, recientemente fallecido, pertenecía a esa escasa estirpe de cineastas optimistas que no han buscado epatar al espectador mediante la violencia, el maltrato de sus protagonistas o las fantasías neuróticas del yo del director, sino que retrataron las historias de la vida y en la vida. La vitalidad, honestidad y belleza de sus películas muestran una posición ante el cine y ante el mundo terriblemente valiosa: dar la oportunidad al espectador de juzgar, de mirar y de escuchar con absoluta transparencia. Pero de su cine es tan interesante apreciar el resultado cómo comprender de qué modo llegó a él. Curiosamente, lo que dio origen a ese planteamiento estético y ético fue, entre otros motivos, su visión cristiana de la realidad, que le llevó a realizar ese cine transparente y tan lúcido. Rohmer se preguntaba: “¿cómo el arte, producto humano, podrá igualar a la naturaleza, obra divina? No hay nada que supere a la revelación, en el universo, de la mano del Creador”. De esta guisa, buscó la forma más directa y pura de plasmar esa vida que tenemos delante, sin retocarla apenas para la ficción, filmando el brillo de las cosas en su estado natural. Por ello, su filmografía, a lo largo de las décadas, fue un camino de depuración, de liberación de elementos estéticos y de producción innecesarios (en filmes como El rayo verde, 1986, apenas eran cinco personas de equipo para un rodaje en 35mm).

Trabajador incansable, resulta ejemplar y edificante verle trabajar durante sus filmes haciendo absolutamente de todo, desde servirse de sus manos como claqueta, mover una dolly con ochenta años, o barrer un set. Era un director que no buscaba ni quería el poder del que busca estar en lo más alto de un escalafón irreal, sino formar parte de un equipo y lograr esa invisibilidad tanto dentro del rodaje como a la hora de filmar inmerso en la realidad. Cuando vemos Cuento de verano (1996), nos fascina ver cómo filma, no desde fuera, sino en medio de las cosas. Sus escenas de playa son únicas justamente porque no adapta esa playa a su rodaje, sino que su equipo se adapta y se pierde dentro de la muchedumbre. De ahí la frescura de sus imágenes y su capacidad para captar las luces, los cambios climáticos, y las palabras de sus protagonistas. Prácticamente no utilizaba luz artificial, nunca en exteriores, e integraba a sus personajes siempre en un entorno físico muy concreto, definido, para mejor comprender la historia y los personajes. Hombres y mujeres integrados en un lugar único.

Pero evidentemente el cine de Eric Rohmer es sobre todo conocido por la utilización de la palabra, siempre presente, acción en sí misma, elemento de comunicación, de entretenimiento, de diversión, de expresión de inteligencia y conocimiento. Sus filmes aúnan el ensayo con la comedia, con el cuento moral, con el drama de parejas, con lo documental, de forma natural y espontánea. El discurso nunca choca con la ficción, porque es el discurso de sus personajes, no algo que el director quiera imponernos. La palabra constante es preciosa por sí misma, por esa verosimilitud y esa inteligencia. El antiguo crítico de los Cahiers du Cinema y padre de la Nouvelle Vague, pronto se dio cuenta, ya en tempranas películas como La coleccionista (1967), que era necesario dejar de hacer un cine con diálogos principalmente “necesarios” (útiles narrativamente), y que había que trabajar con lo “verosímil”, con conversaciones en ocasiones sin función narrativa clara, que no hacen avanzar la acción, pero que expresan todo lo demás, lo que el cine habitualmente se deja fuera.

Justamente los pack recientemente editados por el sello Intermedio nos sirven para apreciar y disfrutar dos de las tendencias que su cine ha desarrollado a lo largo de su vida. En el primer cofre, Rohmer París, se reúnen su primer filme, El signo del león (1959), sus primeros cortos, La carrera de Suzanne y Les rendez-vous de Paris. Para terminar de redondear este cofre de materiales inéditos, también se acompaña con el documental, Louis Lumière (1968), fundamental diálogo sobre el cine de los Lumière con Henri Langlois y Jean Renoir, entrevistados por el propio Rohmer. Todas las ficciones del pack suponen ya el comienzo de algunos de los temas predilectos de Rohmer. En su primer largometraje ya vemos su interés por el azar como elemento que gobierna nuestras vidas y que nos ofrece siempre distintas oportunidades que nosotros podemos utilizar de un modo u otro. En el resto de los trabajos, Rohmer comienza a trabajar estas historias leves, pero al mismo irresistibles por su encanto y siempre profundas en su tratamiento. El amor, la moralidad, la infidelidad, las dudas, son retratados sin gravedad y con absoluta fidelidad.

En el segundo pack, editado también por primera vez en España, la película Perceval le Gallois (1978) forma parte de esta segunda tendencia del cine de Rohmer y que le entronca con su faceta de adaptador literario “literal”, en cuanto que sus representaciones tratan directamente con el texto, siempre recitado, y en este caso mediante una puesta en escena justificadamente artificiosa, maravillosamente infantil, de un mundo de cartón piedra. En esta obra, como en su último filme, Les amours d'Astrée et de Céladon (2007), aunque en este caso con escenarios naturales, Rohmer quiere trabajar directamente sobre el texto sin ocultar su origen literario y medieval, retratando la pureza y la inocencia que transmiten sus páginas. Dentro de esta tendencia no realista, podríamos ubicar también su cine histórico, que desarrolló intensamente durante sus últimos años de vida. En La inglesa y el duque (2001) y Triple agente (2004), Rohmer replanteó algunos aspectos más polémicos de la historia de Francia mediante un original trabajo de interiores y decorados (en el caso de La inglesa, fondos digitalizados), innovando completamente respecto a las fórmulas convencionales de representación de la historia en el cine, todavía asignatura pendiente.

Eric Rohmer ha sido uno de los cineastas más coherentes, vitales e inteligentes que ha dado el cine. Sus películas, plenas de acción, de palabras, de conflictos morales, forman uno de los pilares más sólidos de la historia del cine. Sin duda, fue un director tocado por la gracia.

DANIEL V. VILLAMEDIANA

(Originalmente publicado en el Culturas de La Vanguardia)

The Life Sublime en VARIETY

"The Life Sublime" is a tone poem as much as a work of nonfiction, an evocative exploration of the qualities that distinguish Spain's north and south. Lyrical in a more broadly focused way than helmer Daniel V. Villamediana's debut, "The Blue Bull," the pic follows Victor J. Vazquez's search for his late grandfather's secrets, taking him from Castile's Valladolid to the southern cities of Cadiz and Seville. Discussions of place, politics and history loom large, and some scenes could use trimming, but Villamediana's distinctive sensibility should spike interest among niche fest crowds.
Vazquez knew his grandfather, nicknamed "El Cuco," as a happy but reserved man who maintained a silence about his past -- unsurprising given the Spanish Civil War, followed by the Franco years. He sets out to trace El Cuco's mysterious journey south in the late 1930s, stopping to reflect alone or with friends on what differentiates Andalusia from Castile. Discussions about the lure of the past, or anarchy vs. populism, ultimately take a back seat to gorgeously lensed still and traveling shots of green fields and sun-dried pastures, or meditations on the quality of the summer light in Cadiz.

JAY WEISSBERG

(Originalmente publicado en la revista "Variety")

lunes, agosto 23, 2010

CASTILLA CORRE HACIA LOS MARES

En la presente edición del Festival de Locarno, que tiene lugar entre el 4 y el 14 del presente mes de agosto en dicha ciudad suiza, se proyectarán imágenes de los Jardines de Murillo, la calle Betis vista desde el río o la Velá de Santa Ana; también de toda Cádiz, en la bella fantasmagoría que produce la cámara oscura de la Torre Tavira, o el interior de uno de sus más abigarrados establecimientos, la fundamental Casa Manteca. Son los escenarios de la segunda mitad de La vida sublime, la película que Daniel V. Villamediana sí ha podido rodar en el Sur, aquel punto cardinal y anclaje emocional que Víctor Erice tuvo que dejar ciego en su largometraje de 1983. El segundo filme que rueda el cineasta vallisoletano, antecedido por El Brau Blau -su ascética mirada a la estética del toreo-, no cuenta con carreras de motos ni Sanfermines improvisados, tampoco con atajos fantásticos para unir Sevilla con Cádiz, y menos aún dejará en ambas ciudades tantos millones de euros como las autoridades dicen que va a dejar Noche y Día, inyección económica con la que seguro saldremos todos de la crisis, cantando, posiblemente We are the World o Imagine, y cogidos de la mano. La vida sublime, único filme español a concurso en la prestigiosa cita de Locarno, es otra cosa, cine placentero para alimentar cuerpo y espíritu, sueños que el dinero nunca ha podido comprar."Daniel es lo que podríamos llamar un iberista estético de mirada castellana. Un patriota cultural de la península como lo fue Miguel Torga, Camoes, Unamuno o lo es el propio Manoel de Oliveira." Así es como define a Villamediana su primo en la realidad y el protagonista en la ficción de La vida sublime, Víctor J. Vázquez, vallisoletano, taurófilo, trianero, actor ocasional y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla. Víctor, que fue el único cuerpo de El Brau Blau, vuelve a ser aquí el protagonista, el motor del filme, quien dirige su parte de "acción", el viaje de Norte a Sur por las vértebras de España, y quien provoca, en sus encuentros con hombres notables, sus apartes dialogados (y en La vida sublime el diálogo no hace referencia a las codificadas réplicas del guión cerrado, sino a un ejercicio de opinión y libertad intelectual que entronca con el género literario que cultivaron clásicos y renacentistas). Víctor es, además, el agente que densifica la propuesta fílmica, añadiendo su propia biografía -en la que ya tuvo lugar, en su caso por la más justificada de las razones, el amor, una drástica mudanza existencial de Valladolid a Sevilla- a aquella vida real que inspiró a los primos la película, la del abuelo de ambos, el Cuco, quien después de la guerra civil realizó un misterioso viaje a Cádiz, ciudad a la que en teoría iba a mudarse poco después junto a su esposa. El Cuco, sin embargo, regresó a Valladolid sin dar demasiadas explicaciones y nunca más habló de la traumática experiencia andaluza. La vida sublime se articula, entonces, como ensayo de respuesta y réplica contemporánea a ese silencio del abuelo común, un viaje que sigue sus pasos, actualiza y varía sus hazañas y, finalmente, apuesta por un print the legend de raigambre fordiana que conforma el mito a la vez que mira a la espalda del tiempo, imaginando al Cuco en Nueva York, a partir de un emotivo poema original de Víctor J. Vázquez que sirve para trascender el homenaje individual e implicar a toda una generación con sueños truncados, la que a duras penas sobrevivía tras la guerra.De Castilla a Andalucía, del verano blanco al coloreado, La vida sublime habla más estética que políticamente de España, país donde, bien lo sabemos, falta esa disposición al diálogo que es central en el filme -"lamentablemente, hoy por hoy lo que nos hace más parecidos a todos los españoles es la capacidad de pensar que uno puede llevar toda la razón y el otro nada", asegura Vázquez-, y su recurrencia a superar el realismo a partir del mito hermana a Villamediana con una constelación de compatriotas (Buñuel, Borau, Erice…) que, lejos del improductivo ensimismamiento cinéfilo, siempre supieron abrir sus películas a la cultura y tradiciones hispanas (pictóricas, poéticas, literarias...) que a todos los distintos nos reúnen bajo un mismo techo. Daniel y Víctor -quien presumiblemente seguirá, ya vestido de sacerdote, compaginando leyes y actuación en la ópera prima que ultima el crítico Álvaro Arroba-, castellanos generosos, son muy buenos saltando de lo cotidiano a lo cósmico, y los andaluces se lo debemos agradecer.

ALFONSO CRESPO

(Artículo publicado el 6 de agosto en el Diario de Sevilla)

CRÍTICA "LA VIDA SUBLIME" POR SANTIAGO NAVAJAS

Memoria histórico-cinematográfica

Por Santiago Navajas

A los nietos, la generación de los abuelos nos resulta tan misteriosa como mítica. Nos provoca tanta atracción como rechazo. Atracción, por lo que tiene de ampliación de nuestros horizontes, de profundización en nuestras raíces. Rechazo, porque tememos descubrir secretos que nos hagan ver a nuestros adorados abuelitos como espectros no demasiado atractivos... y depositarios de genotipos siniestros.
Enfrascados en el desvelamiento de sus orígenes familiares, los primosDaniel V. Villamediana y Víctor J. Vázquez han realizado en La vida sublime–como director y como actor principal, respectivamente– una fascinante inmersión en la España más auténtica, serena, bella y profunda, alejados del torpón y fácil costumbrismo al que nos tiene habituados el cine patrio. Junto a El cielo gira, de Mercedes Álvarez, forma un díptico preciso e imprescindible sobre esas extrañas gentes que llamamos españoles.
El camino que elige Daniel es el de la recreación del misterio a través de la alusión al mito. Sigue la estela de maestros tranquilos como John Ford yYasujiro Ozu –por la hondura de la mirada, las digresiones de los protagonistas apoyados en la barra de un bar o paseando por Valladolid y Triana, por la forma que tiene de dejar que respiren los objetos dentro del plano, acompañándolos en su ensimismado silencio–, pero sin dejar de hacer menciones explícitas e implícitas a poetas patrios como Machado y Lorca (me vinieron a la mente los versos del granadino sobre el río sevillano ante las ilustraciones del mismo: "El río Guadalquivir/ va entre naranjos y olivos./ Los dos ríos de Granada/ bajan de la nieve al trigo.../ El río Guadalquivir/ tiene las barbas granates./ Los dos ríos de Granada/ uno llanto y otro sangre./ Para los barcos de vela/ Sevilla tiene un camino;/ por el agua de Granada/ solo reman los suspiros").
La película se construye como una serie de secuencias en forma de diálogos que mantiene Víctor con diversos antagonistas, que le irán acompañando desde los terrenos amarillos en barbecho de Tierra de Campos hasta el mar Atlántico de lo que los cursis llaman "la Tacita de Plata". Busca Vázquez a su abuelo, el Cuco, que viajó de Castilla a Andalucía y volvió cuando debió haberse quedado (su mujer reconoce que se casó con él para salir del páramo castellano). La cuestión es: ¿por qué volvió? ¿Fue un héroe, un villano, un anodino don nadie? Finalmente, el enigma quedará sin resolver, porque no está en el ánimo de los autores la voluntad documental sino la ensoñación de la ficción, de una disculpable ingenuidad: hay que ser respetuosos con los mayores, aunque en este caso signifique convertir al abuelo de carne y hueso en un emblema, una fotografía, un símbolo.
En los diálogos que van desgranando, nada menos cursi, sin embargo, que la emoción con que el crítico cinematográfico Álvaro Arroba le relata en Valladolid el celuloide no filmado de la segunda parte de El sur, de Víctor Erice; la tensión con que discute en un bar sevillano con su compadre Pepe Grosso sobre si los anarquistas son unos ángeles salvíficos o unos analfabetos políticos hijos de Satanás; o la emulación de aquella vez en que el Cuco devoró noventa boquerones fritos (hazaña aumentada por Vázquez al cambiar los boquerones por sardinas; todas ellas, regadas por nueve cervezas).
Con un estilo impregnado de naturalismo y espontaneidad, Daniel Villamediana consigue destilar poesía de unas perdigonadas a perdices en tierras ocres vallisoletanas y a peleas de gallos en el profundo sur andaluz, a los atardeceres rojizos del norte castellano y a los rosados del Atlántico gaditano. Es fundamental el trabajo de fotografía, a lo que habrá contribuido no poco la flexible y manejable HD Panasonic HVX200 con que se rodó la película, y la sutileza del sonido.
Seleccionada para la Sección Oficial Cineastas del Presente de la 63ª edición del Festival de Locarno, que se celebrará en esta localidad suiza entre el 4 y el 14 de agosto, La vida sublime demuestra que es posible en España un cine independiente pegado al terreno pero con vocación de trascendencia. Como en las pinturas de Vermeer, el cine de Villamediana constituye un homenaje discreto pero esencial a la patria, entendida como el conjunto de vivencias íntimas que han ido constituyendo el fondo vital a partir del cual elabora uno su biografía, a veces a la contra, con desprecio y odio, y a veces, como en el caso de Villamediana y Vázquez, con un sentido y cálido reconocimiento a la grandeza de un legado.
La opción elegida: el mito antes que lo real, sigue los pasos de lo que recomendaba John Ford en sus películas... aunque luego no cumpliera con su palabra: "Imprimir la leyenda". Sin embargo, como en el caso de Ford, el poema surrealista final, de aire lorquiano, con el que Villamediana y Vázquez se inventan un pasado posible no elimina el poso de lo real que las panorámicas de los paisajes castellanos y andaluces nos han mostrado como si fueran una ventana abierta a la que nos pudiésemos asomar.
La generación de los abuelos, de los que vivieron la guerra civil y los primeros años del franquismo... Al lado de su vida, ¡qué tranquila y anodina resulta la nuestra! Afortunadamente. En tiempos de zozobra, las reglas morales no son sólo guías para vivir, sino, sobre todo, para sobrevivir. De ahí el lema que inspira la película, apuntado en un momento dado por Vázquez:
El peligro es la clave de la vida sublime.
El peligro de una película así es saber contar con lirismo una historia épica. De manera íntima abrir a espacios inmensos. Con la imaginación sustentar una versión posible de la realidad. Y el peligro queda conjurado como una gran oportunidad del cine español que es aprovechada.

(Publicado originalmente en Libertad Digital)